Surfar sobre os Comuns

Por Antonio Lafuente y Katya Braghini

Amar lo común debería darnos la inteligência para saber cómo comunicarlo. Y ese es nuestro propósito: hacer común el conocimiento de los bienes comunes. ¿Sabremos hacer común el procomún? Las cosas están cambiando deprisa y la pandemia aceleró los procesos. Todo hace sospechar que la deriva hacia las asimetrías y las desigualdades seguirá creciendo. Las posiciones autoritarias no van a disminuir. La derecha se ha sacudido sus complejos y no tiene ningún pudor en mostrarse dura, egoísta y revanchista. La izquierda, como siempre, se consume entre luchas fratricidas y se instala en una especie de supremacismo moral. Todos nos sentimos huérfanos de representación política. No es un fenómeno nuevo, sino más bien cansino.

Son tiempos de zozobra. Algunos se han apuntado a denominaciones poderosas: antropoceno, capitaloceno, tanatoceno,.. Y vendrán más para nombrar lo que se califica como un mundo sin refugio. Son los escenarios de un catastrofismo que nos ningunea y que podría convertir a los estados y sus expertos en los únicos actores necesarios. Son conceptos tan grandes que logran empequeñecernos aún más. No desertamos de este clima de opinión, pero podemos elegir nuestras propias urgencias y quizás poner atención en lo más cercano. Podemos amar y armar las causas comunes.
Los surfistas saben convertir los problemas en la fuerza que les impulsa y les divierte. Lo mismo le pasa a los pájaros que aprendieron a usar la resistencia del aire para volar. Los comunes también nos enseñan a diario que las cosas pueden ser de otra manera y que los imperios, las catástrofes o las inequidades pueden ser el germen de una rebeldía y de mucha creatividad.

No es que amemos los desequilíbrios, sino que queremos apreciar la imaginación que aflora cuando la gente los enfrenta, se auto organiza y construye un entorno habitable. Queremos hablar de los comunes. Queremos mostrar la belleza que hay en el vuelo de un colibri y en las piruetas de quien desafía una ola. Y sólo echaremos mano de la metereología o de la oceanografía si nos ayudan a entender la maravilla que encierra una ola tubo o la inteligencia en una parvada.

No ignoramos la fuerza descomunal que moviliza una tormenta, pero queremos detenernos en la potencia comunal, cognitiva e innovadora que vemos en quienes aprenden a plantarle cara. Sabemos que no es fácil y que también puede haber mucho sufrimiento, pero queremos focalizarnos en lo que haya de novedoso, admirable y paradigmático. Queremos alejarnos de la tendencia a victimizar, compadecer y quizás estigmatizar. Para amar algo primero hay que conocerlo, entender los detalles, gozar los matices, saber nombrar las diferencias y reconocer las cadencias.

Queremos explorar el común que nace del encuentro entre lo ordinario, lo funcional y lo convivial. No se trata de excluir los grandes temas de nuestro tiempo, como la crisis climática, la salud mental, la precarización del trabajo, el desplome del espacio público, el sonambulismo tecnológico, la gobernanza de los organismos internacionales, los paraísos fiscales, los abusos de la propiedad intelectual y la crisis de la democracia.
Entender lo global es lo que nos conduce hacia lo situado. Saber que hay un mar embravecido puede enseñarnos a entender mejor lo mucho que podemos aprender del gesto surfista. Apreciar lo común nos obliga a entender mejor la relación entre lo común y lo público, o a explorar la proximidad mágica entre lo común y lo ordinario. Somos muchos los que andamos preocupados por estas cosas y nos preguntamos por la posibilidad de agruparnos. Y lo que comenzó con algunos encuentros esporádicos y amicales, acabó tomando la forma que ahora estamos presentando.

Lo político, lo institucional y lo regulado flotaron todo el tiempo en la conversación, porque también nos motiva la posibilidad de saber cómo prepararnos para el final del bolsonarismo o, con otras palabras, para el postrumpismo. No tardamos mucho en reconocer que necesitábamos ayuda y en mostrarnos convencidos del alcance latinoamericano que debía tener la iniciativa. Nos propusimos facilitar un grupo de trabajo que durante un año se comprometa a tener una reunión al mes. Lo que buscamos es ese entre, naciente e imprevisible, que irá emer giendo de la conversación reposada y afectiva. Tenemos una idea de lo que queremos, y vamos a trabajar com doce personas sabias y comprometidas. Contar con ellas nos da la seguridad de que este proyecto merece sobrevivir por los apoyos que ya ha convocado. Las reuniones no queremos que emulen las prácticas académicas del seminário. Le hemos pedido a los participantes que no vengan a contarnos lo que saben, sino que nos compartan lo que quieren saber. Nuestro grupo de trabajo renuncia a emular los modos del think tank o del cualquier otro comité de expertos. No les pedimos que se comporten como profesores que difunden lo que saben, sino como jardineros que siembran un territorio y que cuidan el crecimiento de esas semillas. Queremos transitar del seminario al laboratorio.

No somos beatos de la cultura crítica. Sabemos de sus ventajas, pero no queremos imaginarnos como depuradores de textos, gentes que buscan conclusiones objetivas. Nos conformamos con sumar capacidades para lograr que nuestros resultados o propuestas sean entre todos y nos represente por igual. No queremos minorías, ni votaciones. Queremos experimentar un lenguaje común que no sólo represente (modo académico) el objeto que estamos construyendo, sino también (modo ciudadano) al colectivo que lo crea. Y eso, lo sabemos, implica anteponer la convivialidad a la objetividad.
Queremos hacerlo con los concernidos, apartándonos de las prácticas académicas que tienden a ser más homogéneas de lo necesario o de las partidocráticas que siempre se despeñan por lo antagónico y lo electoralista. Dos culturas, la académica y la de partido, demasiado resultadistas, una obsesionada por el impacto de los papers y la otra por las métricas del voto.

Hablamos mucho también sobre cómo organizar el trabajo. Nos dimos un año para hacer juntos un recorrido en espiral con doce ciclos. En cada ciclo uno de nosotros se ocupará de presentar un texto de unas 1500 palabras al que todos haremos un comentario. Los doce que forman este círculo por lo común nos reuniremos para discutir la propuesta y ayudar a que su autor la ensanche, la goce y la embellezca. Trataremos de surfear el problema que nos problema nos compartyió. Todo desembocara en un texto de unas 5000 palabras para integrar un libro colectivo.

También forman parte de este ciclo dos actividades más: la primera consiste en publicar en Outras Palavras el texto inicial y, la segunda, en ofrecer un taller público al que invitaríamos a tres activistas que nos
compartirían la lectura que, desde su experiencia, hacen del texto primero. No estaría de más que los comentarios que cada texto reciba, como el relato de las sesiones o el vídeo del taller estuvieran accesibles
a todo el mundo. El objetivo sería animar la construcción de una comunidad de personas interesadas en esta reflexión sobre las causas comunes.

También hicimos una infografía que quería mostrar el proyecto en toda su complejidad, acompañada de un texto “Comunes nacientes y producciones mostrencas” que propone para los bienes comunes tres
características: adactativos (son fruto de una adaptación al entorno), híbridos (articulan relaciones virtuosas con lo privado y lo público) y emergentes (los descubrimos cuando están amenazados).
Llegar hasta aquí ha sido mucho más fácil de lo que imaginábamos. Le dimos muchas vueltas al tipo de heterogeneidad que buscábamos. Queríamos que las mujeres no estuvieran en minoría, queríamos que estuvieran representados varios países. Queríamos que las miradas más pegadas a la tierra, al cuerpo, a lo ancestral y a lo local estuvieran presentes. Queríamos incorporar las sensibilidades de los científicos, los
juristas, los antropologos y los ingenieros. Queríamos, en fin, que fuera un ejercicio de fundir miradas, intercalar discursos o mezclar imágenes.

Tampoco los comunes se dan por asignaturas, departamentos o códigos. Necesitamos entonces una aritmética capaz de sumar perascon manzanas.
Dos cosas más. La primera es que el mundo de los comunes necesita menos de la crítica que
de la afectividad. No nos juntamos para competir ni apostillar con notas a pie de pagina: nos reunimos para ayudarnos a crecer juntos, unos a otros. Esperamos entonces comentarios constructivos. La segunda es que todo lo hemos imaginado como un proceso muy experimental. No sólo queremos un espacio seguro, sino que también lo hemos imaginado como el sitio óptimo para arriesgar y fracasar. Buscamos un lugar para ensayar hipótesis alocadas, conexiones imposibles o diálogos improbables. Démonos pues permisoy dejémonos llevar por la corriente.
Surfeemos los comunes.

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